Los cambios en la sociedad repercuten frecuentemente en el arte
gastronómico. Desde luego, los grandes cambios sociales y políticos,
como es el caso de la Revolución Mexicana, no sólo cambian la manera de
concebir la organización social, pueden cambiar cambiar también algunos
conceptos culinarios o rescatarlos.
La Revolución mexicana, definitivamente cambió el rostro de nuestro
país. Cien años después de que se obtuviera la independencia de España,
la mayoría del pueblo seguía en extrema pobreza y sus condiciones eran
de lo más difíciles. A esto se le sumaba el ambiente rígido y represivo
del gobierno de Porfirio Díaz, que llevaba ya treinta años en el poder.
Es cierto, sin embargo, que la administración de dicho general trajo
en gran medida avances tecnológicos y progresos de la modernidad a
México, pero lamentablemente, tales avances sólo beneficiaban a una
minoría de personas acomodadas.
Todas estas causas determinaron que al cumplirse el primer centenario
de vida independiente, el pueblo mexicano iniciara una lucha armada
para conseguir una organización social más justa. La lucha se prolongó a
lo largo de diez años, durante los cuales hubo muchos grupos e
ideologías en conflicto hasta que finalmente algunos de los caudillos
revolucionarios se aliaron para triunfar.
Pero la influencia de la Revolución fue mucho más allá: el continuo
andar de las tropas a lo largo del país durante diez años generó, desde
luego, cambios en las costumbres de alimentación. Los ingredientes eran
aquellos de los que se podía disponer durante la campaña y las recetas
se vieron condicionadas a esta disponibilidad.
En este proceso, uno de los elementos más importantes fueron las
adelitas, aquellas mujeres fieles y heróicas que acompañaban a la tropa y
lo mismo se enfrentaban al enemigo que preparaban el alimento para
todos los soldados.
Se cuenta que estas mujeres llevaban con ellas una colección de
especias y utensilios básicos para la labor culinaria. Ollas, comales y
hasta metates eran parte de la carga de estas mujeres, cuyo hogar era
hoy un campamento militar, mañana la cueva en alguna montaña y, después,
algún rinconcito en algún pueblo. De sus cocinas improvisadas en
cualquier territorio tomado por sus tropas, salían los platillos que
habrían de mantener a los soldados, sus hombres, en pie para la lucha.
Los platos tradicionales como los tamales y las salsas de distintos
chiles fueron parte importantísima de la alimentación, pero también se
inventaron nuevos platos, como la célebre Discada, tan típica del norte,
que consiste en una combinación de carnes –que en aquellos años debió
ser una combinación muy azarosa- que se guisan en un disco de arado.
La victoria de los revolucionarios estuvo siempre marcada por los
tradicionales platillos mexicanos: los moles, la barbacoa, los tacos,
las tortillas, las salsa, los frijoles, el chile, el pulque y todos
esos platillos con los que la mesa mexicana se viste de fiesta, aunque
para ellos, tuviese el toque no poco frecuente de la improvisación y la
escasez.
Lo cierto es que las delicias de la cocina de México no dejaron de
consumirse en ningún momento y podríamos decir que la Revolución
contribuyó seguramente a retomar esta parte de la riqueza cultural de
nuestro país.
Fuente: http://www.degustar.com.mx/articulos/historia-y-anecdotas/la-revolucion-mexicana-y-la-comida/